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Ni más ni menos un tal Borges

Cuento de Eduardo Pérsico.- "… yo, que por sentirme siempre un porteño sobrador y canchero, jamás me alejé de Buenos Aires".

Ni bien en cierta reunión celestial o endiablada y vaya uno a saber por donde, al reiterarse las contradicciones sobre la poesía significante y demás brujerías, el viejo Borges retomó su bastón y pidió salir a tomar un poco de aire.

- Un día la gente caminará hacia el sur… .

- … Pero no se orientará por las estrellas de los viejos navegantes – le bromeó un ayudante astral al tomarlo del brazo.

- O tal vez persigan otra constelación más incierta - insinuó a media sonrisa el viejo-. Y por favor, camine sin llevarme a remolque; quiero estirar las piernas y dejar de escuchar frases sobre muerte, penitencia y fatalidad del tiempo. Esos trebejos que aburren a cualquiera.

- Tal vez. ¿Le gustan los animales, Borges?

- No me desagradaban. Cierta vez me regalaron un gato llamado Peppo, un nombre horrible que yo renombré Beppo, como un personaje de Byron. Pero el gato ni se enteró y siguió viviendo. Murió y recién ahí aprendí a extrañar su pelaje….

Y por ahí vagaría la semejanza del gato Beppo con los tigres, otra recurrida alegoría del ‘más grande escritor argentino’, en tanto el mismo suponía que él, Borges, de haber nacido perro sería un abacanado cocker spaniel, propiedad de alguna dueña veterana que al cepillarlo cien veces csada tarde le prohibiera trompetear tachos de basura en la madrugada. Sí, Borges hubiera sido un soñador perro de living sin necesidades – y quizá como estando en vida, todavía sonriera por esa idea. .

- Fuera de los caballos, que me atraían pero nunca los traté de cerca, en mi vida pródiga en libros no abundaron los animales – insistió el viejo. Y hasta Beppo, aquel gato más ventajero que atorrante que se dejaba acariciar, al presentirlo dormido sobre el sillón me atraía por ese enigma que nos suponen los gatos.

- ¿Los recuerda como a ciertos compadritos y gente de acción? .

- No, es diferente. Yo admiraba a cierta gente de acción; Juan Muraña, Jacinto Chiclana y algún otro de fama; tan diferentes en valía a la sensación de arrancar una anguila del barrial mierdoso que fuera el Maldonado entre el griterío de los demás pibes. Aunque en mi memoria, nunca logré suplir esas ausencias con el trato de la palabra escrita…

- Muchos dicen ‘Borges se equivocó al ironizar demasiado la política de su país’…

- Cada escritor vale por lo que escribe y nada más; y en esa tarea yo jamás descalifiqué gauchos, compadritos, indios ni laburantes. Aunque en mi último tiempo me tentaron a exhibir cierta estupidez política como un juego; algo horrendo en quien por sentirme siempre un porteño sobrador y canchero jamás me alejé de Buenos Aires ni de su esencia. Esas turbias sonseras que pronuncié fueron opuestas a mi anhelo de rumbear al sur cuando quisiera; una pena.

Y sin que nadie ‘lo lleve a remolque’, según él pidiera por el arcano y oculto tal vez del ‘más allá’, ha de proseguir viaje ese viejo socio de nadie, criado tras una cancela colonial, ciego, piel transparente, inflexión inglesa al silabear ‘Borges quiere decir burgués’ y auténtico patrón de milongas y cuchilleros imaginarios o no, algo que resulta lo de menos… .

- Recuerdo una noche de invierno con unos amigos, buscando por varias calles de Barracas algún guapo de esos que reportaran los escritores- y esto nadie sabe si el viejo lo dijera o lo pensó. . .

¿Para usted lo popular fue una invención literaria?

- No tanto, pero esa vez de un frío impiadoso anduvimos con Bernárdez y Mastronardi sin hallar abierto ni un bodegón de esos que mencionan los tangos. Las rituales de esquinas con gente de reírse sin tomarse en serio, según esa manera de ser más inteligente, por entonces cerrarían muy temprano..

- ¿ Y no recuerda a un almacén con dos tipos en contrapunto y de provocarse hasta en la mirada? Uno era ‘El Inglesito’ que tenía su rostro, Borges; pero ahí usted lucía una seda al cuello y alpargatas de carrero cubriendo sus guarangos empeines. El mismo que hamacándose en el mástil de la guitarra; o del bastón, vaya usted a saber, anduvo desafiando ‘yo vine al sur porque estoy buscando un hombre y dicen que por acá sabe haber’. Y el otro cantor de flor montada en la oreja que afinaba desprolijo las seis cuerdas lo apuró, ‘no busqués roña Inglesito que te vas a arrepentir’.

- Esa idea me gusta, suena lindo – tal vez se dijera Borges.

- Entonces el que atendía el boliche desancló una faca y dando un cojonudo planazo en la mugrienta tabla de cortar fiambre, puso fin al contrapunto diciendo: ‘ Sí, de madrugada por aquí pasan al puerto unos estibadores muy guapos de verdad y hombres de trabajar aguantando el infortunio. Y ustedes dos, matones de carnaval, en mi casa están de sobra’ -los prepoteó el bolichero.

- Otra vez escuché el mismo relato y no me disgusta. Yo ahí soy el Borges que me hubiera gustado vivir y sentir; payador de provocar en los bodegones, emborracharse con ginebra gruesa y pelearse por alguna hembra como cualquier mortal. Esas y otras imaginaciones que mucho sufrí por no disfrutar de cuerpo entero.

-¿Y si volvemos al lugar inexplicable donde estamos, Borges?

- Estaría bien. Por más que esa gente insabora insista en saber porqué decidí morime en Suiza y privarlos de ser multitud en mi velorio, volvamos que este frío me jode mucho. 
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