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Cuando la esposa de Perón nos visitara

CUENTO de Eduardo Pérsico

…y la señorita Dora luego nos diría que la señora Eva Perón era muy inteligente.

De cuando pibe recuerdo la llegada de Perón en el ’45 y que en 1948 Evita, su mujer, visitara mi barrio y también que ella muriera el sábado 26 de julio de 1952 a las veinte y veinticinco y esa noche no hubo música ni en las fiestas familiares. Provocando que más de uno protestara en el café y el ‘recontra republicano’ gallego nos rajara de su negocio ‘afuera manga de pendejos que esto es muy serio’. Así que todos lo entendimos bien calladitos y Julián ofreció ir a tomar mate a su casa porque los viejos no estaban, allá fuimos.

Al principio nos aburrimos de tanto repetirnos LRA Radio del Estado ‘ha muerto la señora María Eva Duarte de Perón, Jefa Espiritual de la Nación’, y entre nosotros alguno diría ‘se sabía, estaba muy enferma’. Además de hablar del asunto sin notarlo sin que ninguno supiera que al morir Evita un par de horas antes, las obreras de las textiles o las fosforeras de Avellaneda lloraban lágrimas en serio porque ‘la señora del Presidente las había hecho respetar’. Algo que horrorizaba a quienes la nombrarían ‘esa mujer’, ‘la puta esa’ o ‘la mujer del látigo’ y hasta celebrando en alguna pared ‘Viva el Cáncer’. Algo que nos ilustraría años más tarde para entender porqué contra esa mujer de treinta y tres años y casada con el presidente Perón, la ‘clase alta argentina’ depositara su odio más persistente hasta entonces...

Así que de manera imprevista en una noche de sábado, la música sacra resonaría junto a los dados por los rincones de un absoluto casino sin ajenidad ni diferencia entre peronistas y ‘contreras’. En tanto muchos pero muchos ya iban rumbo al velatorio otros jugaban por guita a lo que fuera y a medianoche pocos se preguntarían si Evita era más peronista que Perón o esas cuestiones, ya instalado el ‘gran escolaso en todo el país’ como se lo llamara.

También por 1948 yo completé el colegio primario y vi bien de cerca a la señora María Eva Duarte de Perón en el ya nombrado Club Ferroviario. Ese que fuera el exclusivo club del personal jerárquico del ferrocarril inglés en Escalada, donde por las tardes unas señoras de pollerita blanca porfiaban en embocar la bocha entre unos alambres y por la noche en ese mismo campo de juego, entrenaban los del rugby que nosotros no sabíamos cómo no se agarraban a piñas a cada rato. Y al nacionalizarse el ferrocarril fuimos a ese club vestidos de guardapolvo blanco los quinto y sexto grado de mujeres y de varones para ver a la señora Eva Duarte de Perón, que nos recordaría que ya los ferrocarriles eran nuestros y que ese lugar no sería más de los ingleses y se llamaría Club Ferroviario; además que ahí nosotros jugaríamos al fútbol. Era el mes de noviembre de 1948 y los alumnos más grandes de mi escuela estuvimos de pie frente a Evita; que la reimagino como luego supe que ella fuera. Delgada y de una piel transparente, sobre ese tablado un metro sobre nosotros y al otro día los grandes comentarían que el maestro del quinto varones y el portero Germán hablaron mucho de sus piernas. Y la señorita Dora, del sexto mujeres que la acompañara desde que llegara a Escalada nos diría que charlando con ella la señora Evita demostraba ser muy inteligente. Dos condiciones que más tarde yo calculé imperdonables para quienes la nombraban ‘la yegua esa’.

Al irnos luego de renombrar al Club que bien pronto alguien convirtiera en Club Ferroviario Presidente Perón, nos dieron un sánguche y al cruzar sobre unos tablones la avenida que estaban recontruyendo, una amiga de mi vieja me recordó ‘decile a tu mamá Angela que Evita usa unas medias de vidrio que valen un dineral’. Algo que no recuerdo si le informé a mi vieja pero sí que esa vez no hubo bombos ni cornetas y al irnos vimos a muchos hombres subir a un camión para ir a otro festejo. Ya de grande me preguntaría porqué todos esas personas tan sensibles a la liberación del obrero ante el patrón y de vivar a los gritos la nacionalización de la flota, los ferrocarriles y los aviones, fueron los anteriores de otras que luego actuaran tan diferentes. Digamos, ‘seguidores’ que años más tarde y en nombre de iguales símbolos con Evita incluída, por los años noventa festejaran vender los teléfonos, el petróleo y hasta los adoquines.


*Eduardo Pérsico, escritor,  nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
www.eduardopersico.blogspot.com


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