OPINIÓN de Paula Martínez Camino.- La lluvia, el frío o el viento ya no serán inconvenientes para que los niños de Gandiol puedan dar clase. La ONG Hahatay son risas inauguró en enero una escuela en este pequeño pueblo senegalés. “Cuando empecé a dar clase a los más pequeños, no teníamos ni siquiera un aula, les enseñaba debajo de un árbol. Era el mes de noviembre y hacía mucho frío, así que con mi dinero construí una caseta de madera, pero aquello era insuficiente y muy precario”, recuerda Ndeye Fatou Sarr, maestra de Gandiol.
Los ladrillos de la escuela son botellas de plástico recicladas rellenas de arena y revestidas de adobe. Bajo el techo de este colorido edificio, 48 niños aprenden matemáticas, lengua, psicomotricidad, lógica e higiene. “Muchos niños dejan los estudios porque no se los pueden pagar o porque sus padres tienen otras prioridades” afirma Mamadou Dia, el fundador de la ONG. En un mundo en el que todavía hay cerca de sesenta millones de niños sin escolarizar, según la Unesco, los cimientos de esta escuela parecen aún más fuertes. La educación sostiene el progreso del mundo por eso “una de las primeras acciones de Hahatay fue traer 650 kilos de material escolar y, junto a un grupo de 20 españoles, empezar a financiar los estudios de algunos pequeños”.
Mamadou se marchó de Senegal en cayuco para buscar oportunidades en Europa, luego regresó a Gandiol, su pueblo de origen, para crear las oportunidades allí. No esperó a que las soluciones vinieran desde fuera. No se limitó a quejarse. Actuó, se movió en busca de cambios. Los voluntarios de Hahatay comparten con Mamadou esta actitud activa que les ha llevado a construir, además de la escuela, dos gallineros, y a reformar el sitio donde tratan el pescado. Continúan dando forma a un centro de cultura para la juventud. “Lo mejor de todo es poder contribuir a que los niños de aquí tengan un espacio para aprender y mejorar. De África estoy aprendiendo muchas cosas, a través de los medios sólo nos llegan imágenes negativas pero aquí todo el mundo se ayuda” afirma una voluntaria de Hahatay.
Paula Martínez Camino
Periodista
Twitter: @PauMarcamcam
Los ladrillos de la escuela son botellas de plástico recicladas rellenas de arena y revestidas de adobe. Bajo el techo de este colorido edificio, 48 niños aprenden matemáticas, lengua, psicomotricidad, lógica e higiene. “Muchos niños dejan los estudios porque no se los pueden pagar o porque sus padres tienen otras prioridades” afirma Mamadou Dia, el fundador de la ONG. En un mundo en el que todavía hay cerca de sesenta millones de niños sin escolarizar, según la Unesco, los cimientos de esta escuela parecen aún más fuertes. La educación sostiene el progreso del mundo por eso “una de las primeras acciones de Hahatay fue traer 650 kilos de material escolar y, junto a un grupo de 20 españoles, empezar a financiar los estudios de algunos pequeños”.
Mamadou se marchó de Senegal en cayuco para buscar oportunidades en Europa, luego regresó a Gandiol, su pueblo de origen, para crear las oportunidades allí. No esperó a que las soluciones vinieran desde fuera. No se limitó a quejarse. Actuó, se movió en busca de cambios. Los voluntarios de Hahatay comparten con Mamadou esta actitud activa que les ha llevado a construir, además de la escuela, dos gallineros, y a reformar el sitio donde tratan el pescado. Continúan dando forma a un centro de cultura para la juventud. “Lo mejor de todo es poder contribuir a que los niños de aquí tengan un espacio para aprender y mejorar. De África estoy aprendiendo muchas cosas, a través de los medios sólo nos llegan imágenes negativas pero aquí todo el mundo se ayuda” afirma una voluntaria de Hahatay.
Paula Martínez Camino
Periodista
Twitter: @PauMarcamcam
