El continente m谩s rico de la Tierra sigue siendo su bot铆n m谩s antiguo.
Antes que el litio fue el oro. Antes que el colt谩n fue el marfil. Antes que el gas fueron los cuerpos. 脕frica no comenz贸 pobre. La empobrecieron. Durante siglos su geograf铆a ha sido saqueada por imperios, corporaciones, bancos, traficantes y gobiernos que hablan de civilizaci贸n con una mano mientras con la otra firman contratos de expolio. 脕frica no es un misterio: es una evidencia brutal del poder funcionando sin freno.
Los colonizadores llegaron con mapas y armas, trazaron fronteras donde hab铆a culturas vivas. Se llevaron el oro de Ghana, el caucho del Congo, los diamantes de Sierra Leona y a millones de personas en barcos negreros. Fue la mayor exportaci贸n forzada de mano de obra de la historia. Y cuando se acab贸 la esclavitud formal comenz贸 otra: la de las empresas extractivas.
Hoy no hay empresa minera global que no tenga intereses en el continente. Ni pa铆s que no haya cedido parte de su soberan铆a a cambio de promesas. Las transnacionales chinas, francesas, brit谩nicas, canadienses y estadounidenses siguen operando como virreyes modernos. Explotan el colt谩n que alimenta nuestros celulares, el cobalto para las bater铆as el茅ctricas, el gas para calefaccionar Europa. Pero los hospitales de Burkina Faso siguen sin jeringas. Las escuelas en Chad siguen sin pizarras. El desarrollo no llega. S贸lo sale.
A 脕frica se le impuso la deuda como mecanismo de dominaci贸n. Los mismos pa铆ses que la colonizaron luego la endeudaron. Y hoy las principales econom铆as africanas destinan m谩s a pagar intereses que a salud o educaci贸n. Cada pr茅stamo del FMI es una cadena m谩s. Cada acuerdo de ajuste estructural es una sentencia a la dependencia.
Y por si faltaba tambi茅n llegaron las guerras fabricadas. Porque all铆 donde hay recursos aparecen los conflictos. Grupos armados financiados desde el extranjero, gobiernos desestabilizados, golpes militares tolerados y un largo rastro de sangre que beneficia siempre a los mismos: los que compran barato y venden caro. Los que necesitan un 脕frica rota para seguir ganando intactos.
Occidente dice que ayuda. Pero lo que da en “cooperaci贸n” lo multiplica en ganancias. Las ONG limpian la imagen de las potencias mientras los bancos lavan el dinero de los saqueadores. Las universidades estudian el continente como un laboratorio pero pocas veces como un sujeto con voz. Y los medios s贸lo muestran hambre, violencia o 茅xodo. Jam谩s muestran las razones.
Pero hay otra 脕frica. Una que se organiza. Una que grita. Una que levanta nuevas formas de soberan铆a. Los j贸venes que crean cooperativas de energ铆a en Senegal. Las mujeres que lideran procesos agrarios en Nigeria. Los sindicatos que frenan privatizaciones en Sud谩frica. Las comunidades que expulsan a las petroleras en Mozambique. Esa 脕frica no aparece en los titulares, pero est谩 creciendo.
Porque el saqueo no es eterno. Y la dignidad no se extingue. Hay una memoria viva en cada aldea, en cada lengua ancestral, en cada cuerpo que se niega a obedecer. No se trata de caridad ni de culpa. Se trata de justicia. Se trata de devolver lo robado. Y de impedir que sigan robando bajo otros nombres.
脕frica no necesita salvadores. Necesita aliados. No necesita discursos. Necesita soberan铆a. Y esa soberan铆a no vendr谩 de las potencias que la explotaron. Vendr谩 de su propio despertar.
Lo que comienza a gestarse es m谩s que una reacci贸n. Es una reconstrucci贸n hist贸rica. Y quienes saquearon durante siglos tendr谩n que rendir cuentas. Porque 脕frica no es solo pasado de esclavitud. Es futuro de poder.
Cuando el continente m谩s saqueado del planeta despierte del todo, se acabar谩 la impunidad de los imperios. Y ese d铆a no habr谩 conferencia ni tratado que pueda contener la fuerza de una historia que vuelve, no para repetir sus heridas, sino para cerrarlas con dignidad y con poder popular.