La pol铆tica como pantano: reciclajes, farsas y cinismo electoral
Basura, biblia y bala: el evangelio seg煤n la ultraderecha
CARAS Y CARETAS
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
Las m谩scaras mudan, pero el escenario permanece inc贸lume. No importa cu谩ntos rostros se turnen en escena ni cu谩n fren茅tico sea el guion, la dramaturgia pol铆tica argentina persevera en una forma de representaci贸n que viene desfondando por d茅cadas sus contenidos hasta dejar expuesta una estructura vac铆a, aunque repleta de residuos, fango y memoria podrida. A煤n antes de salir a escena ya se intuyen atr谩s del tel贸n carcomido que a煤n pretende cubrir el hueco de una cocina plagada de alima帽as. De aquella democracia alfonsinista, que pretend铆a refundar la rep煤blica tras el horror del terrorismo de Estado, s贸lo queda un simulacro con 铆nfulas de reality show. No se trata de una ex茅gesis paranoide, sino de una constataci贸n tan emp铆rica como dolorosa: desde hace d茅cadas, las campa帽as electorales se organizan m谩s por las reglas del rating que por las del debate program谩tico. Las candidaturas ya no brotan del conflicto social, sino del set televisivo, del prime time y sus guionistas.
El teatro de la democracia espectral
Si alguna vez el 谩gora fue el coraz贸n palpitante de lo pol铆tico, hoy su lugar ha sido ocupado por el estudio de streaming. Ya no se forjan al calor de la praxis militante ni en la fragua de la disputa ideol贸gica; ahora los liderazgos se editan en postproducci贸n, bajo luces LED y filtros digitales. No se trata de convencer, sino de cautivar; no de representar, sino de personificar. Esta estetizaci贸n de la pol铆tica como mercanc铆a cultural ha tornado al votante en espectador pasivo y al dirigente en performer ef铆mero. Lo advertimos tempranamente con la irrupci贸n de Marcelo Tinelli como gran elector oficioso, cuando sus programas dejaron de ser apenas entretenimiento vulgar y se convirtieron en la plataforma de validaci贸n simb贸lica de los presidenciables. All铆 bailaron, bromearon y se prestaron al juego escenogr谩fico los principales candidatos del pa铆s, para una comedia nacional cuyo guion ya nadie se molesta en escribir. Lo que entonces denominamos “tinellizaci贸n” de la pol铆tica fue apenas el pr贸logo de un proceso m谩s profundo: la colonizaci贸n farandulera de lo p煤blico. Hoy, el propio Tinelli ha desaparecido de escena, reemplazado por realitys a煤n m谩s grotescos y precarios, como si la farsa hubiera agotado incluso a sus mejores caricaturas.
Pero no se trata s贸lo de formas. Tambi茅n los contenidos han sido esmerilados hasta quedar reducidos a esl贸ganes sentimentales, l谩grimas inducidas, agresiones irreproducibles o apelaciones cursis a la “nobleza del coraz贸n”. La ideolog铆a ha sido reemplazada por la an茅cdota, el programa de gobierno por la pareja medi谩tica, el compromiso por la l谩grima f谩cil. La extimidad -ese concepto que la sociolog铆a tom贸 prestado del psicoan谩lisis, y que Sibilia resignific贸 para nombrar la obscena exhibici贸n de la intimidad- se ha convertido en pasaporte a la visibilidad p煤blica. Ya no se exige a los candidatos que gobiernen, sino que conmuevan. Que lloren, abracen, insulten, recen en c谩mara, y se expongan en sus habitaciones como si fueran influencers de una rep煤blica que ya no influencia a nadie, salvo en su decadencia.
Complementaria a esta l贸gica se despliega la vieja y siempre renovada pr谩ctica de la “borocotizaci贸n”, ese trasvasamiento ideol贸gico sin agua ni vino, apenas un eco hueco de lo que alguna vez fue sustancia, que convierte al sistema pol铆tico en un r铆o sin cauce ni orilla. El diputado devenido en otro bando antes de asumir, el puntero que cambia de camiseta seg煤n las encuestas, el operador que ayer armaba listas para un espacio y hoy declama principios opuestos con id茅ntico 茅nfasis impostado. Como advertimos en su momento, no es un accidente, sino el s铆ntoma estructural de una democracia fiduciaria, en la que se cotiza m谩s la fe moment谩nea que la coherencia pol铆tica, en la que el v铆nculo entre representado y representante no se basa en programas ni mandatos, sino en un cheque en blanco rubricado entre la ingenuidad y el desencanto. El transfuguismo no escandaliza ya a nadie, porque es apenas la confesi贸n t谩cita de que ning煤n principio rige el movimiento de esos cuerpos en el tablero: s贸lo la oportunidad, el c谩lculo, la conveniencia y un pragmatismo sin alma que ya nadie disimula.
En ese contexto, las “candidaturas testimoniales” se presentaron alguna vez como el colof贸n burlesco de una deriva sin retorno. Y se quedaron. Dirigentes que se prestaban al juego electoral sin intenci贸n alguna de asumir el rol que invocaban, apenas como carnada para arrastrar votos o barnizar listas ajenas con su lustre alquilado, aferrados a sus sillones ejecutivos o sus rutinas faranduleras. Era la pol铆tica degradada a mera marca electoral, usada como cebo para incautos. La verdad de su rol estaba dicha ya en su r贸tulo: testimoniar, no representar; figurar, no actuar; aparecer, no transformar. Ni siquiera se ocultaba, sino que se afirmaba con descaro, como si admitir la farsa la volviera tolerable
Pero aquello que en viejos art铆culos describimos como s铆ntomas de una descomposici贸n institucional ha devenido paisaje naturalizado, decorado fijo, indiferente y resignado. Lo que ayer fue alarma, hoy es rutina.. La farandulizaci贸n ya no es excepci贸n fr铆vola, sino la corriente dominante. La borocotizaci贸n, m谩s que anomal铆a, es el modo habitual de circulaci贸n del poder. Y las candidaturas testimoniales -o sus equivalentes renovados- se reeditan sin disimulo, como si como si eludir el mando otorgara m谩s laureles que el compromiso de ejercerlo
En tiempos donde la simulaci贸n no se esconde, sino que se exhibe como virtud, cabe preguntarse si “Tespis”, aquel primer actor griego, no ha regresado con nuevos ropajes a protagonizar esta tragedia pol铆tica posmoderna. Porque si el “Hypokrit茅s”, aquel actor que inaugur贸 el arte de encarnar lo que no se es, el pol铆tico medi谩tico contempor谩neo es su heredero perfeccionado: ya no act煤a un papel, se modela a la medida del espectador. Y en ese juego de espejos invertidos, la democracia, estructuralmente neblinosa, se vuelve bruma espesa, nostalgia agobiada de un pasado irrepetible.
La distop铆a argentina no requiere del porvenir: se ensaya a diario en horario central. Se escenifica en el presente. Y en esta nueva temporada electoral, donde el calendario se ha vuelto una grilla de programaci贸n televisiva, las elecciones bonaerenses se anuncian como el episodio m谩s explosivo de esta saga donde el Estado deviene espect谩culo, la violencia se cotiza como liderazgo y el marketing se postula como destino. En ese marco, la coreograf铆a grotesca de “borocotizaci贸n”, “tinellizaci贸n” y “candidaturas testimoniales” -antes s铆ntomas- se han transformado en m茅todos, t谩cticas de una maquinaria pol铆tica que ha que ha hecho del cinismo su catecismo y de la desmesura su firma.
El simulacro se vuelve protocolo: candidaturas, p煤lpitos y batallas en el conurbano
No es casual que el epicentro de esta dramaturgia electoral sea la provincia de Buenos Aires, cuna del peronismo y vitral astillado de sus contradicciones m谩s agudas. All铆 se libra no solo una contienda por el poder territorial, sino una guerra simb贸lica: entre la miseria estructural y la motosierra redentora, entre el fetiche punitivo de la seguridad y la pr茅dica ultraliberal disfrazada de exorcismo econ贸mico. All铆 donde el peronismo alguna vez organiz贸 el voto popular, La Libertad Avanza de Milei, ahora ensaya su asalto, con una estrategia tan ecl茅ctica como despiadada: polic铆as devenidos candidatos, pastores como punteros y heraldos del odio maquillados de cruzados libertarios.
En el coraz贸n del conurbano sur, tierra de chimeneas mudas y promesas arrumbadas, Milei no propone reconstruir, sino liberar. Milei no propone reconstruir, sino liberar. Pero su idea de libertad huele a purga, no a emancipaci贸n: el enemigo es el pobre domesticado por los derechos sociales, convertido en zombie por la “secta kuka”, transfigurado finalmente en “par谩sito mental” que amenaza el cuerpo sano de la naci贸n. Su arenga no apunta a la esperanza sino a la extinci贸n del adversario. “Si ganamos la provincia de Buenos Aires, habremos puesto el 煤ltimo clavo al ata煤d del kirchnerismo”, declar贸 sin eufemismos. La urna, as铆, deviene mortaja.
Y para enterrar al enemigo simb贸lico, los sepultureros elegidos son figurines cuidadosamente guionados por una est茅tica del espanto. En la tercera secci贸n electoral -territorio hist贸ricamente peronista- “La Libertad Avanza”, el partido de Milei, no design贸 a un dirigente social, ni a un economista, ni siquiera a un outsider de alg煤n sector productivo. Eligi贸 a un comisario: Maximiliano Bondarenko, surgido del sedimento oscuro de la Bonaerense, instituci贸n cuyo historial de represi贸n, corrupci贸n y connivencia con el delito no necesita pr贸logo. Nada mejor, al parecer, que enfrentar a la inseguridad con su propia sombra, y ofrecer como novedad el retorno del uniformado como arquetipo de orden, virilidad y salvaci贸n frente al caos.
Frente a 茅l, Ver贸nica Magario, actual vicegobernadora con mandato hasta 2027, encarna la caricatura perfeccionada del artilugio testimonial: candidata que no asumir谩, rostro que no se inmuta, gui帽o que simula presencia sin compromiso. Candidatura para sumar sin gobernar, para figurar sin responder. As铆 se completa la paradoja de una elecci贸n donde se compite sin habitar los cargos, donde se promete castigar sin gobernar, y se gobierna sin comparecer. Mientras tanto, los comisarios almuerzan con los aspirantes, los oficiales caen en desgracia por posar con los aspirantes, como si el clic de una selfie pesara m谩s que un prontuario y la polic铆a -en vez de custodiar la urna- se convierte en protagonista de la disputa.
Pero el cemento que amalgama este barro electoral no es s贸lo policial ni testimonial. Es tambi茅n evang茅lico. La campa帽a se predica. Se unge. Se santifica. Milei, su hermana Karina y los descendientes del menemismo han entendido que, en los suburbios donde la fe es el 煤ltimo refugio, el p煤lpito reemplaza a la unidad b谩sica. All铆 donde el Estado se ha retirado, la iglesia ha quedado como 煤nico faro. Y “La Libertad Avanza” no s贸lo avanza: se infiltra con pastores como punteros, oraciones como consignas y exorcismos como actos de campa帽a. El viejo lema del neoliberalismo de los noventa (“Achicar el Estado es agrandar la Naci贸n”) encuentra aqu铆 su versi贸n m铆stica: “Achicar el Estado es liberar el alma”. De la batalla cultural a la cruzada espiritual: la pol铆tica como rito de salvaci贸n y castigo.
Y mientras Karina Milei la esfinge que administra el cetro tras bambalinas, desplazando a ministros, disciplinando listas, y sustituyendo hasta a la vicepresidenta en los actos protocolares, su hermano parece suavizar el tono con una pantomima de moderaci贸n: promete dejar de insultar. Dice que ahora discutir谩 “ideas”, no “formas”, como si las formas no fueran ya el contenido m谩s feroz de su praxis pol铆tica, en una ret贸rica que naturaliz贸 m谩s de 4000 insultos en un a帽o seg煤n el aristocr谩tico y ahora casi escandalizado diario “La Naci贸n” y que opera sobre la poblaci贸n como una topadora sem谩ntica que arrasa todo puente posible de di谩logo. El insulto, en Milei, no es desv铆o: es programa. La descalificaci贸n no es exabrupto: es m茅todo. El cuerpo a cuerpo verbal es su manera de sustituir la carencia de mediaciones institucionales por un contacto directo, afectivo y brutal con su audiencia. No es ruido: es partitura.
Mientras en el barrio top de Puerto Madero se celebran banquetes suntuosos para los feligreses del ajuste, en el conurbano se reparten panfletos y biblias. La motosierra y la cruz avanzan en procesi贸n imp铆a. En esta cruzada posmoderna, Milei no se conforma con el triunfo electoral: ambiciona el exterminio cultural de sus adversarios. Lo dijo sin titubeos: quiere te帽ir el pa铆s de violeta. Y si la historia no le entrega el guion, se lo arrebatar谩 a fuerza de insultos, pastores, comisarios y los globos que Macri ya no puede inflar.
Todo esto sucede mientras en cuartos resguardados a los que acude un Pro deshilachado se cierran las listas y se firman pactos sobre servilletas manchadas de urgencia. Se reparten territorios como botines de una guerra sin gloria ni banderas, y se negocian bancas al ritmo del algoritmo y la encuesta express. Cada nombre anotado es una ficha fr谩gil m谩s en la geometr铆a del poder. Cada alianza es un reconocimiento t谩cito de que sin partido no hay engranaje, pero sin espect谩culo no fuego sagrado. Se juega en simult谩neo el control del Congreso, la pervivencia espectral del kirchnerismo y la hegemon铆a de un modelo que abandon贸 la persuasi贸n para consagrarse al l谩tigo.
De la ira a la aporofobia: el sistema en su fase obscena
Hay decisiones pol铆ticas que parecen sacadas de un laboratorio de crueldad: multar con cifras astron贸micas al que hurga entre desperdicios en busca de pan o abrigo es una de ellas. Jorge Macri, primo del ex presidente derechista hoy avasallado por Milei y su vocera Laura Alonso han encontrado en la miseria el chivo expiatorio perfecto: transformar el hambre en delito y al hambriento en enemigo del orden urbano. “Hasta $900 mil de multa (unos 650 d贸lares) si te gusta hurgar la basura”, se jact贸 Alonso en redes, como si la indigencia fuera un deporte ex贸tico para temerarios, y no la secuela inevitable de un sistema que segrega y devora. La obscenidad es tal que, mientras las listas del PRO se amasan en la penumbra entre ambiciones cruzadas y pactos indecibles. se criminaliza el gesto final de quienes apenas sobreviven en la intemperie de la historia.
Esta escena no es una excentricidad, sino un s铆ntoma feroz del clima emocional. All铆 donde el dolor y la desilusi贸n deber铆an gestar un lazo solidario, se cultiva el odio hacia el pobre, hacia el diferente, hacia el que encarna la herida social. La ultraderecha capitaliza esa ira, la convierte en combustible electoral: la dirige hacia inmigrantes, movimientos sociales, cartoneros, etc. El PRO, en su intento por competir con “La Libertad Avanza”, decide hurgar en la misma basura simb贸lica del autoritarismo para mendigar votos entre las sobras del autoritarismo. Como ironiz贸 el ex ministro macrista Pablo Avelluto: “El PRO hurgando en la basura del fascismo por dos diputados”.
Lo m谩s perturbador no es ya la medida, sino el decorado que la rodea: una ciudad que invierte fortunas en contenedores “antivand谩licos” y asigna polic铆as para vigilar basura, mientras miles de familias sobreviven de aquello que el sistema descarta. Hay una est茅tica de la limpieza compulsiva, de la ciudad vitrificada, que convierte el hambre en delito y la indigencia en espect谩culo. No es un gesto aislado sino la versi贸n municipal de la doctrina nacional del desprecio. Milei llama 'par谩sitos mentales' a quienes defienden derechos sociales; Macri multa a quienes buscan sobras. Es el mismo libreto: degradar para disciplinar. Se gobierna con mu帽ecos en streaming mientras el d贸lar se dispara, la pobreza se multiplica, y el debate gira -obscenamente- en torno a cu谩ntos insultos escupi贸 el presidente esta semana.
Mientras tanto, la ira act煤a como nafta en el motor pol铆tico de la ultraderecha: da rating, moviliza clicks, enciende pasiones fugaces y edifica comunidades rel谩mpago. Pero es una comunidad edificada sobre el lodo de la hostilidad, unida no por sue帽os compartidos sino por el goce s谩dico de ver humillado al otro. El 茅xito de la ultraderecha quiz谩 resida en su maestr铆a para operar con emociones -rabia, miedo, resentimiento- mientras las fuerzas hegem贸nicas se pierden en diagn贸sticos macroecon贸micos incapaces de rozar siquiera la piel sensible de las subjetividades reales. Si la izquierda no comprende esos paisajes emocionales, seguir谩 hablando un idioma que no moviliza a nadie. Seguir谩 siendo testimonial, aunque a diferencia de todo el resto, asuma los escas铆simos esca帽os que alcance.
La obscenidad de multar a quienes revuelven basura deber铆a hacer sonar todas las sirenas 茅ticas en la conciencia colectiva. No es solo un gesto aporof贸bico, es es el s铆ntoma de un poder que ha dejado de percibir humanidad en los m谩rgenes. En el fondo, el mensaje es claro: “Si est谩s fuera del mercado, est谩s fuera de la ciudad, fuera de la polis, fuera de la vida”. Se castiga la pobreza no para erradicarla, sino para invisibilizarla, para que no para que no ensucie el decorado gourmet de Puerto Madero ni corrija la sonrisa photoshop de las campa帽as.
El cinismo es tan espeso que ya no sorprende ver a Milei prometiendo moderar sus insultos para “discutir ideas” mientras equipara la justicia social con un virus mental. Es la misma l贸gica que inspira al PRO: si el enemigo es “sucio”, se lo desinfecta; si el pobre molesta, se lo expulsa y se lo multa. Una pol铆tica higienista para un tiempo de barbarie. La pol铆tica argentina camina al borde de una cornisa, y debajo no hay red sino un lodazal. La bronca ha dejado de ser s铆ntoma para transformarse en estrategia, y la crueldad se ha tornado virtud electoral. Mientras los poderosos afinan su ingenier铆a del castigo, la democracia deviene ritual hueco, mueca c铆nica sobre un cuerpo ex谩nime. Y cuando la humillaci贸n de los d茅biles es celebrada como orden, la historia ya ha comenzado a escribirse con letras oscuras.
Pero hay resistencias, aunque dispersas y a煤n fr谩giles. Pero aunque diseminadas y a煤n fr谩giles, hay resistencias. Calles que se pueblan de cuerpos que reh煤san su condena, pancartas que desaf铆an la represi贸n, cantos que se elevan entre gases y bastones. No se trata de cifras, sino de umbrales: all铆 donde el hartazgo deja de ser susurro y se vuelve grito. Y mientras el poder multiplica sus m谩scaras, tambi茅n crecen los silencios como forma de rebeli贸n. El ausentismo, el voto en blanco, el anulado, no ser谩n solo gestos de indiferencia, sino se帽ales de una ruptura inminente. Como en 2001, cuando la mecha se encendi贸 en la soledad de las urnas vac铆as y estall贸 meses despu茅s en las calles colmadas exigiendo “que se vayan todos”, tambi茅n hoy podr铆a incubarse en ese vac铆o el preludio de lo impensado. Porque si algo es tan inevitable como el derrumbe, es precisamente la insurrecci贸n.
Lo 煤nico que ignoramos a煤n es cu谩ndo y con qu茅 rostro irrumpir谩.