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El golpe final

José Saramago

16-12-2008

La risa es inmediata. Ver al presidente de Estados Unidos encogiéndose tras un micrófono mientras un zapato vuela sobre su cabeza es un excelente ejercicio para los músculos de la cara que controlan la carcajada. Este hombre, famoso por su abisal ignorancia y por sus continuos dislates lingüísticos, nos ha hecho reír muchas veces durante los últimos ocho años.


Este hombre, también famoso por otras razones menos atractivas, paranoico contumaz, nos ha dado mil motivos para que lo detestásemos, a él y a sus acólitos, cómplices en la falsedad y en la intriga, mentes pervertidas que han hecho de la política internacional una farsa trágica y de la simples dignidad el mejor objetivo de la irrisión absoluta. Verdaderamente el mundo, a pesar del desolador espectáculo que nos ofrece todos los días, no merece un Bush. Lo hemos tenido, lo sufrimos hasta tal punto que la victoria de Barack Obama ha sido considerada por mucha gente como una especie de justicia divina. Tardía, como en general es la justicia, pero definitiva. Pero todavía nos faltaba el golpe final, nos faltaban esos zapatos que un periodista de la televisión iraquí lanzó sobre la mentirosa y descarada fachada que tenía enfrente y que pueden ser entendidos de dos formas: o esos zapatos deberían tener unos pies dentro y el objetivo del golpe sería la parte curva del cuerpo donde la espalda cambia de nombre, o entonces Mutazem al Kaidi (quede su nombre para la posteridad) encontró la manera más contundente y eficaz de expresar su desprecio. El ridículo. Um par de puntapiés tampoco estarían mal, pero el ridículo es para siempre. Voto por el ridículo.




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