OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual .- Apenas se habla de ellas. Los informativos hacen una breve reseña en la sección de sucesos sobre unos hechos que se repiten con tanta frecuencia que parecen solo frías estadísticas. Casi no hay lugar a ponerles un nombre, una cara, una biografía que las reivindique como seres humanos plenos de anhelos e ilusiones, no como anónimas víctimas. Fallecen, dice la prensa, a manos de sus maridos, compañeros o de un tarado que se siente despechado y por ello con derecho a arrebatarles la vida. En realidad, son asesinadas porque algunos hombres entienden a la mujer como un objeto, ni siquiera una mascota. Estranguladas, acuchilladas, molidas a golpes, a menudo delante de sus hijos. Esos hijos que pasan a ser parte del sangriento plan del criminal, a veces su propio padre. ¿Qué mejor manera de intentar saciar su irracional odio que aniquilar lo que esas mujeres más querían? Y si sobreviven, arrastrarán toda la vida el horrible estigma de saber que fue papá quien