OPINIÓN de Joan del Alcàzar .- El Secretario General del PSOE apareció hace unos días sobre un escenario dominado por una enorme bandera española, inmensa, inacabablemente grande, sobre la cual se recortaba su agraciada figura. Presenciamos en ese acto un golpe de timón estético-político que, a buen seguro, removió en sus sentimientos a tantos de sus militantes actuales. Consciente de la falta de consenso o, mejor dicho, del poco afecto que esa enseña despierta entre las gentes ubicadas en la izquierda política, los socialistas se han dedicado a explicar por activa, pasiva y perifrástica el porqué de tamaño vuelco. A unos les convencerán más, a otros menos, como es lógico. Lo que no parece nada claro es que ese reposicionamiento vaya a ser bien digerido por el grueso de su seguidores, sean militantes o votantes. Especialmente en lo que podemos llamar la España periférica. Hace ya casi 40 años, en 1977, el Comité Central Ampliado del Partido Comunista de España decidió, ―por 169 votos