OPINIÓN de Gustavo Duch Siente los primeros mareos, pesadez de cabeza y todos los sentidos se le avivan. Unos compañeros lo sujetan con fuerza, pareciera que su cuerpo y alma quisieran salir volando. Ha tomado unos sorbos del cocimiento –del conocimiento– de la ayahuasca. Ya está en el aire, los primeros rodeos no le alejan mucho del poblado. Las chacras muestran sus cultivos, el río y sus meandros hacen espirales y unas viejitas encogidas cocinan cuyes. Es un buen día, es un buen vivir. El narcótico redobla su efecto y el vuelo gana altura. Será mentira, pero sobre las copas de los árboles ve descansar lagos deliciosos donde unos muchachos pescan cocos y aguacates. Lagartos y serpientes caminan de pie y se besan sin recato. Casi rozando su cuerpo unos pelícanos le gritan con malos modales: síguenos. Los hombres sienten la tensión en su cuerpo, tienen que sujetarlo con lianas, está sudando y los músculos se le agarrotan. Los pelícanos en cada aleteo se van transf...