OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro .- Boabdil se arrodilló ante la grandeza de Granada. Se acristianaron los arrayanes, se bautizaron los bordados increíbles, se santificaron las filigranas de luna, luna, lunera. A Boabdil se le nublaron los ojos y le nació un Darro en las pupilas. Y alguien, con un machismo indecente, le echó en cara sus lágrimas: “Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre” Se fue Boabdil por la vega granadina, caballo blanco, elegancia pura sangre jerezana, sin lágrimas para futuros desencantos porque las lágrimas se quedaron regando el Generalife. Boabdil se marchó, vacío de entrepierna, sin relieves masculinos, como un limonero sin fruta inguinal. Y en adelante lloró siempre como mujer de labios perfilados, con la debilidad humillante de quien es mujer plañidera, con menos casta que su caballo blanco, pura elegancia jerezana. Después vino el tango, esa sangre chorreada por corazones rotos, por desamores adúlteros, por puñales despechados. Y otra